Todos los hombres tristes llevan abrigos largos by Rebeca Argudo

Todos los hombres tristes llevan abrigos largos by Rebeca Argudo

autor:Rebeca Argudo [Argudo, Rebeca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-15T00:00:00+00:00


3

La primera vez que vi a Ana fue en casa de un novio de Natalia. Celebraba una fiesta y fuimos las tres. Ella, aún desconocida para nosotras, estaba sentada en cuclillas en un rincón de aquel salón enorme y destartalado. Mientras todo el mundo pululaba de un lado a otro, dejándose ver, bebiendo y bailando, hablando con unos y otros, ella estaba allí, hojeando distraída una revista del corazón. Con una mano sujetaba un vaso de whisky y, con la otra, pasaba las páginas y sostenía un Ducados al que daba largas caladas distraídas. Así fue como la conocimos de verdad, esa historia es cierta, ya lo sabes, y así se la conté a Regadera. Natalia insistió en la necesidad de introducir anécdotas reales en el relato inventado para dar credibilidad a la historia.

—Me acerqué a ella porque me llamó la atención su belleza menuda, casi indefensa, que, sin embargo, tenía algo salvaje en sus gestos. La saludé y me presenté. Me contó que no sabía quién era ninguno de los personajes que aparecían en aquella revista que había encontrado en la calle, encima de un banco, creo. Aun así, aquel ejemplar atrasado del ¡HOLA! le interesaba muchísimo más que todo el alboroto que nos rodeaba. Eso me fascinó. Así es Ana: desconcertante e impredecible.

No recordaba, ni recuerdo, cómo se llamaba aquel novio de Natalia. Ni si estuvo con ella mucho más tiempo. Los novios de Natalia eran tantos que los numerábamos porque siempre íbamos dos nombres por detrás del amor definitivo e instantáneo. Aquel desapareció, como todos ellos uno tras otro, pero Ana permaneció. No sé cómo fue exactamente, porque no era alguien a quien llamásemos o propusiésemos planes. Aparecía, sin más, cuando le daba la gana. Poco a poco fue convirtiéndose en indispensable y pasamos, sin darnos cuenta, de ser tres a cuatro. Tampoco es que hubiese conciencia de grupo, era simplemente que nos llevábamos bien y nos gustaba estar juntas. Natalia y Dani seguían compartiendo piso entonces, un apartamento pequeño con terraza en un edificio ruinoso, en pleno centro. Yo vivía sola, a cuatro calles de allí, en el mismo apartamento que luego tú conocerías. Nunca supimos exactamente dónde vivía Ana. Unas veces ocupaba una habitación en la casa de algún amigo, nos decía. Otras compartía piso con varios estudiantes, otras le prestaba alguien una buhardilla durante un par de meses. Durante dos semanas durmió en mi sofá. Trabajaba de camarera a veces, otras cuidando niños, o paseando perros, dando clases de yoga, llevando cafés y bocadillos en rodajes. Acabaría dedicándose a la fotografía y viviendo en el bonito estudio que conoces, demasiado lejos del centro en mi opinión, con una gata sin nombre y un ojo de cada color. Con Ana todo era etéreo, misterioso y volátil. Como si ella misma fuese arena y requiriese relacionarse sin apretar, sin estrujar, dejándola descansar suavemente sobre la palma de la mano. Cualquier leve presión, el más ligero apremio, y notabas cómo se escurría entre los dedos y desaparecía. Hablaba poco de su vida y menos aún de la de los demás.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.